
Astrofotografía en Cayambe, Ecuador
Qué bien el Cayambe, se puso de nuestro lado para poder tomarle fotos. Aunque sí nos lanzó un frío y viento importante,
“A lo que vinimos” a China. La Gran Muralla. Consideré varias veces saltarme esta parte turística de China porque por su fama es un imaginario muy arraigado y no pensé que vivirlo cambiaría mucho eso. Pero me equivoqué. Llegué a la gran pared en Simatai partiendo de un pueblito que parecía un estudio de película, la ciudad de agua de Gubei.
Nos atrasamos al primer bus que nos llevaría a la pared. Después de dos horas de viaje, en el segundo bus del día, llegamos a una locación que parecía un set. Un pueblo reconstruido que suele verse rodeado de agua, pero que esta vez estaba congelada. Y con un aire de película western, todo parecía abandonado, a la espera de que algo estalle. Una vez más, no había el gentío que me esperaba.
La mayoría de tiendas estaban cerradas, el resort no estaba con sus reservas a tope. Después de darnos unas vueltas de reconocimiento y encontrar nuestro camino al teleférico, empezamos a subir a la muralla de Simatai, la sección, de lo que fue 21,196 km de muralla, “más peligrosa” ya que su reconstrucción no ha sido total, solo unos retoques en su estructura, para que el turista tenga ese feeling de cómo era hace miles de años. Y sí. No hay nada que te regrese más de época que una estructura rota, golpeada por el tiempo. Y nada que impresione más que la vista desde las torres de vigilancia desde donde ves la muralla hasta donde tu ojo alcance, y desde donde te das cuenta que es imposible que sea visible desde el espacio.
Tuvimos el tramo casi para nosotras. No tuvimos que empujarnos para tener puestos privilegiados para la vista de lo que se sentía toda China. Pudimos disfrutar del monumento sin supervisión de un adulto. La libertad del espacio es invaluable. Y siempre acompañándonos, la polución en el horizonte, que debió molestarnos pero añadió un toque cinematográfico a lo que estábamos grabando en las memorias. Un momento de privilegio que me obligó a sentirme agradecida. No había respirado aire tan sucio que se haya sentido tan purificador.
Hay algo en estar tan alto y poder verlo todo. En estar tan alto y ver al sol retirarse a tus pies.
Como ya oscurecía nos obligaron a bajar, aunque este tramo de la muralla tiene luces que iluminan los senderos. Descendimos a vivir el festival por año nuevo que se estaba festejando en el pueblo. Para este punto ya debía haber aprendido a no sorprenderme, pero un espectáculo de drones, simulando las lámparas chinas, iluminaron el cielo azul que se rehusaba hacerse negro. Nuestras muestras de asombro verbales se fundieron con las de los locales quienes, como nosotras, también aprovecharon para sacar algunas fotos de las luces alumbrando un 2020 que ya tenía COVID19, y en ese momento, las cosas solo seguían empeorando porque, después del regreso de 2 horas, en la que dormimos la mayor parte del tiempo, se había decidido que la Ciudad Prohibida estaría cerrada, y que ya no podría verla y que eso me pasa por dejar todo para el último.
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Qué bien el Cayambe, se puso de nuestro lado para poder tomarle fotos. Aunque sí nos lanzó un frío y viento importante,