El Centro de Quito es otro… Cambia cada vez que nos metemos a este laberinto de Cuencas, Chiles, Venezuelas y demás calles. En la ruta de esta visita partimos de la Plaza de Santo Domingo, pasamos por La Ronda y San Francisco y caminamos hasta la Basílica. Perfecto cierre para la ruta.
En la Plaza de Santo Domingo, te da la bienvenida a la iglesia el monumento al mariscal Antonio José de Sucre, héroe de la Independencia. Diría que desde esta amplia plaza, el característico cielo de Quito resalta en su celeste más icónico. Vale la pena tomarse un tiempo aquí antes de entrar a la iglesia cuyo exterior no habla del deslumbrante detalle del arte que lleva dentro. La simetría de su interior brilla perfectamente con el pan de oro que recubre el altar, y los detalles en las paredes. La misa sigue su curso mientras fieles rezan y turistas aprecian.
Caminamos hacia la Ronda. La tradición no se esfuma de esta icónica calle donde los balcones potencian su encanto y cada puerta te da un vistazo de patios interiores, tiendas anacrónicas que te atraen y te transportan y locales con cocina en vivo de buñuelos y canelazos. De esta calle no te marcas sin antes mirar atrás para apreciarla una vez.
En la enorme Plaza San Francisco nos quedamos ahí. A veces, ver a la Iglesia desde afuera te atrae tanto como entrar. Nos sentamos en las gradas junto a las palomas y después caminamos para ponernos frente a frente con la iglesia. Desde ahí admiras hasta la última piedra de la plaza que contrasta con la blanca fachada de San Francisco.
Salimos del laberinto hacia la Basílica del Voto Nacional. Con vergüenza admito que no había entrado a este emblema arquitectónico, y me sorprende cuánta gente no lo ha hecho aún. El exterior e interior de esta iglesia son abrumadores. La arquitectura neogótica la separa de los clásicos estilos que se ven en el Centro de la Capital, esta diferenciación ha resultado muy atractiva a un joven público que espera en fila para subir hasta el punto más alto de la iglesia desde donde la vista es un regalo más de esta visita. Su interior tiene una personalidad propia. Los vitrales marcan un pasillo en el aire, desde donde la luz alumbra los arcos de las paredes opuestas. Una experiencia magnífica que de ley vamos a repetir.
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